Diario de una chica en Amsterdam

Casi dos meses después de vivir en Amsterdam, creo que tengo una decisión tomada.

Hoy vine a la biblioteca pública de la ciudad, por primera vez. Un edificio enorme, con varios pisos, alfombras y sillones de cuero. Todo acá es acogedor, gezellig. Entrar a la biblioteca es gratis y hay disponibles varios salones y escritorios. Revistas y libros por todas partes.

El único parloteo viene de la cafetería que está en el primer piso. Sutil, con música de fondo y el tintineo de las tazas tocando los platos.

Casi todos los días tomo el tren para venir al centro de Amsterdam, ya sea al trabajo o solamente a caminar. Aún me quedan muchísimos lugares por conocer, pero ya sólo deambulando por cualquiera de los canales te sentís en un museo a cielo abierto. Apenas huís un poco del barrio rojo, en cualquiera de las calles encontrás pequeños bares bohemios o tiendas de ropa vintage. Todavía no fui al mercado principal, pero escuché que hay comida de todos los países. Pienso ir a chusmear un poco, sabemos que ni la comida ni la cocina ocupan un lugar especial en mis intereses.

Estamos en diciembre y mi cuerpo ya experimentó los grados bajo cero. Varios grados bajo cero. Mi piel se adapta con más facilidad a esta temperatura que al calor húmedo de Rosario en verano, con cuarenta grados y el sol que parte la tierra. Acá, el hielo en las calles es bastante peligroso, en especial si vas a pie y por la vereda. En la bici todavía no me caí, tampoco caminando. Con la torpeza que llevo encima, creo que sólo es cuestión de tiempo.

Es cierto que hace mucho frío, pero como dice el dicho inglés: There is no such thing as bad weather, only bad clothing. Si vas bien vestido, no hay frío que te frene de salir de casa e ir al centro a tomar una cerveza en el pub con los chicos.

Hay muchas cosas que quiero hacer y me doy cuenta que todas parten desde mi vida en Amsterdam. Desde que me mudé a este país, no dejé de sentirme cada vez más parte. Todo de este lugar me gusta. No quiero armar más valijas con mudanzas internacionales, quiero encontrar un departamento que me guste y hacerlo mío. Quiero construir un lugar al que pueda llamar hogar, en una ciudad que yo misma elegí.

Me gusta que el aeropuerto de Schiphol sea de los más importantes de Europa, dada la cantidad de conexiones y escalas que tiene. Para mí, tiene un peso simbólico el haber pasado por acá tantas veces y no haberme quedado hasta recién ahora. Siempre estuvo ahí, escondido entre los sellos de mi pasaporte. Ahora, desde Amsterdam Schiphol puedo ir a Buenos Aires directo, a Londres en una hora y a cientos de lugares más. Tengo trenes, si quiero puedo escaparme fácilmente a Berlín, Bruselas o París.

Amsterdam es para mí, el centro de mi mundo. Una ciudad que me permite irme pero siempre volver, porque la quiero, porque estoy hecha para ella. Porque en realidad, no la quiero dejar.

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