¿Cómo nos cuentan historias? La atmósfera de Amy Sherman-Palladino

Los ojos de Lenny Bruce atrapados en los de Midge. Lorelai reflecting light en los brazos de Luke. Esa magia que se genera en las historias cuando llega un momento en el que todas las emociones se condensan. Todas las expectativas y deseos que a lo largo de decenas de episodios estuviste juntando, llegan a un climax qué, de estar bien narrado, te hacen sonreír.

O al menos eso me pasa a mi. En diferentes niveles, dependiendo de la serie o película, la sonrisa que se forma en mi rostro es cautivadora, es real, es honesta. Me llena de una felicidad que pone la vara muy alta para cuando luego hay que salir a enfrentar la vida real.

Atravesando muchos años de leer novelas, mirar películas o emborracharme con series, llegué a apreciar los contenidos de dos formas diferentes. En la primera, como espectadora; en la segunda, como científica. Admito que a veces ambas se mezclan, pero procuro disfrutar de narración y luego analizar los detalles y las estructuras que guían los eventos. Los conflictos, las acciones, las consecuencias, los personajes, las caracterizaciones de los mismos, las relaciones. Si las decisiones que cada uno toma están bien justificadas o si fueron aleatorias; si se venía cultivando un hecho que terminantemente iba a suceder y los escritores dejaron pistas a lo largo de los capítulos o simplemente lo decidieron una noche depresiva en la que tomaron demasiado whisky.

Ahora… en pocas ocasiones, me encuentro anonadada mirando el transcurrir de una historia. Me olvido que hace cinco minutos estaba pensando en si Lenny Bruce de verdad vivió en Los Ángeles en 1960 o si pretendemos que sí para unirlo a la gira de Midge. De pronto, por asalto, me siento abrazada por una atmósfera rodeada de miradas y sentimientos, donde prevalece lo no-dicho. Dejo de ser consciente de mi propia existencia y me encuentro en la piel, en la mente de aquellas personas que están en la pantalla. Sus emociones se hacen tan trasparentes que las siento propias. Nada más existe fuera de los momentos de los que estoy siendo testigo. La escena o el episodio termina, click. De vuelta a la realidad.

¿Es común sentirse así con una historia? Definitivamente no sucede con todos los productos comunicacionales que consumimos. Tener estas sensaciones es lo que, luego de salir del coma emocional y volver al modo analítico, me hace reconocer la calidad narrativa que los escritores llevan adelante. Los ritmos, las pistas, cada palabra que está elegida para el momento indicado, siendo pronunciada por la boca apropiada. Si un personaje puede decir una linea que le pertenece a otro, la caracterización no está bien concretada. Es cuestión de práctica, es cuestión de sentir las voces de los personajes como si fueran naturales, como si fueran una persona real que conoces de toda la vida.

Cuando en 2013 se reunió todo el elenco de Gilmore Girls, Amy Sherman-Palladino —creadora y escritora del programa— dijo en el ATX Festival que el modelo narrativo que guió todo su trabajo fue el de «hacer lo pequeño grande y lo grande pequeño«. Nuestra existencia acarrea muchos años y «es en los pequeños momentos que la vida cambia. Y los titulares gigantes deben estar para servir a los pequeños momentos. De verdad creo que esa es la mejor forma de contar historias».

«The model was make the small big, make the big small. I really do believe that is the best storytelling. It’s in the small moments that life change. And the big gigant headlines had got to be there to serve the small moments.» —Amy Sherman-Palladino

Hasta hoy, de todas las historias que escuché en mi vida, me sobran los dedos de una sola mano para contar aquellas que me hacen sentir esta mezcla de emociones que me arrancan del estado mental en el que estoy, olvidando cualquier preocupación mundana que me agobie la mente.

Pero adoro el momento en el que me sorprendo agregando alguna nueva a la lista. Qué hermoso es vivir a través de las historias.

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