Era sábado por la tarde. Agarré mi celular y encontré en las notificaciones un mensaje de una de mis amigas italianas. Me invitaba a salir esa noche, con ella y otra de las chicas.

Te aviso después, le respondí.

Me huele a NO 😂, me contestó.

Efectivamente, la respuesta original era un no. Al final dejé pasar un rato y le conteste que sí iría, más que nada para compartir un momento con ellas. El problema para mí no es tanto el salir, el problema es que no me gusta ir a boliches, discotecas. Me encuentro en el medio de la pista rodeada de gente que no conozco ni puedo conocer, porque no es el momento ni lugar para conversar, escuchando música que no me gusta y forzada a bailar, cosa que no me sale bien y mucho menos en público.

Me vestí con una camisa violeta y el único vestido negro ajustado que me traje en la valija. Creo que siempre que salí arrastrada por mis conocidos acá en Italia usé ese vestido. Probablemente también la última vez que salí en Argentina, antes de la pandemia.

Hicimos un par de kilómetros en auto hasta llegar al boliche. Al vivir en ciudades chicas rodeadas de otros pueblitos, casi todos se manejan en auto para ir a cualquier lado; en especial para conocer lugares nuevos y no terminar siempre en el mismo lugar que la pequeña ciudad te ofrece y al que todos van: las caras de siempre.

Llegamos y había una cola larguísima de jóvenes apenas salidos de la adolescencia. Yo no seré tan grande, porque al fin y al cabo soy la más chica de un grupo que va de los 28 a los 42. Pero los chicos en esa fila tenían mucha cara de bebé. Nos reímos preguntándonos qué hacíamos acá.

Nos pusimos en la fila con el resto de la juventud y esperamos a que nos controlen el pase y los documentos. Delante de nosotras había un chico muy delgado y alto apoyado en el hombro de su amigo. Noté que pasaban dos minutos y se volteaba hacia nosotras constantemente. Después de un rato, se animó a hablarnos. Disculpa, ¿puedo preguntarte cuantos años tenés?, le dijo a mi amiga.

24, mintió.

Yo, mientras, observaba la situación y reía internamente. Veinticuatro…

Y vos?

El rubio peinó su mechón y dijo: 17.

Se notaba de acá a cuarenta metros que era menor de edad. No hacía falta que emitiera palabra. Nos sonreímos entre nosotros con un poco de pena, porque sabíamos lo que iba a terminar pasando.

A medida que nos acercábamos a la entrada, los patovicas miraban cada rostro con atención. No pasó mucho tiempo hasta que uno se metió bruscamente en la fila y se llevó al chico de 17 y a su amiga, que estaba pasadísima de alcohol y no sé que más. Ahí se fue la juventud.

Cuando entramos a la pista me sentí con quince años otra vez. Fuera de lugar y con ganas de volver a casa. La única diferencia, en realidad, es que me sentía más madura respecto a lo que estaba viviendo. Sabía que eventualmente se terminaría y era mejor disfrutar de lo que estaba haciendo en el momento que lo hacía, después de todo las cosas no se repiten nunca exactamente de la misma forma. Por eso fue que terminé pidiéndome un gin & tonic y me senté con mis amigas a beberlo.

En mi búsqueda del presente observando el ambiente, terminé dándome cuenta que la mayoría de las personas a mi alrededor no estaba concentrada en lo que pasaba. Algunos pocos bailaban en la pista, pero muchos estaban sentados con sus celulares, scrolleando, sacándose fotos para Instagram, o mirando las visualizaciones de sus stories.

Ahí dije okay, la gente ni siquiera viene al boliche para bailar y emborracharse, vienen para dejar registro que estuvieron en un lugar donde la gente baila y se emborracha, así les muestran a sus seguidores que efectivamente la pasan bien, están felices y no extrañan ni necesitan a nadie.

Al final bailamos un rato y nos volvimos temprano.

En el auto camino a Cuneo, una de las chicas dijo:

Me respondió la story mi ex: perfecta tu elección de outfit.

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