Era la primera vez que leía su nombre después de nueve años. Otra vez, mediante una pantalla.

Intrusivamente, en el medio del día, los recuerdos asaltaron a Natalí. Deslizó la notificación de ese correo electrónico y retomó la conversación que estaba sosteniendo con una compañera del trabajo.

En un descanso, aprovechó gran parte de sus 15 minutos para releer y releer el mail. No salió del baño, se quedó en el recibidor apoyada de espaldas al espejo del lavamanos. Era un correo simple, pero con muchas preguntas. «Hola», «cómo estás tanto tiempo», «qué fue de tu vida». Como si el interlocutor fuese tan solo un ex-compañero curioso del secundario, aburrido, una tarde en la que abrió su portátil en el comedor para escribirle a una amiga que hace mucho que no ve, con la que no había un nivel profundo de intimidad; todo mientras tomaba unos mates a las cuatro de la tarde con el televisor de fondo.

Pero no.

No era ni un ex-compañero del secundario, sí había un nivel profundo de intimidad y definitivamente no tomaba mates. Preguntas de ese estilo tras nueve años sin contacto tienen su efecto.

Yo te quiero de verdad, le dijo él hace más de una década. Estaban en el auto pensando qué hacer con ellos. Con él, ella y ella. Natalí descreía de sus palabras pero era la primera vez que le decían algo así. Tan solo tenían 24, 21 y 24 años.

En ese momento Natalí no respondió nada. Se limitó a mirar el espejo retrovisor contrario, y solo pensaba en salir del auto e irse. Caminar. Volver a casa.

Entraron dos alegres chicas al baño que sacaron a Natalí de su ensueño. Guardó el celular y retomó camino a la oficina. Esa tarde no almorzó nada. Después de tantos años casi sin tenerlo en su mente, ahora no podía dejar de pensar en él.

Mientras conducía por la autopista con el atardecer delante, evaluaba las diferentes formas de proceder que podía elegir: ignorar el mail y seguir con el resto de su día; responder desinteresadamente o sentarse a escribir una buena respuesta. Intensa, sentida. Con todas las desventajas que eso implica, porque a todos nos gustan las historias en las que los personajes actúan y viven cosas; pero en la vida real no todo el mundo está preparado para lidiar con el drama posterior. Por eso, elegimos no hacer nada.

Dio dos vueltas de llave para entrar a casa y Linda, su cachorra de cocker spaniel, ya estaba detrás de la puerta saltando y haciendo fiesta. La acarició, le dio de comer y regó las plantas. Mientras se lavaba las manos en el baño, echó un vistazo a su reflejo en el espejo y pensó en qué tan distinta lucía actualmente, respecto a hace 9 años cuando salían juntos. Qué tan distinto lucirá él ahora y en qué tipo de persona se convirtió. Si cumplió con su sueño de ser piloto de avión o si terminó mudándose del pueblo como deseaba. Natalí se quitó las lagañas y volvió a la mesa del comedor para abrir el portátil e ingresar al correo.

Linda se sentó a los pies de Natalí, y ella empezó a tipear:

Hola, tanto tiempo.

Hizo un recorrido por los eventos más significativos de su vida durante los últimos nueve años: El día que se desmayó en el supermercado; la primera vez que se tiró en paracaídas con el instructor que tres meses después se convertiría en su primer novio, y dos años más tarde terminarían separándose cuando él le propuso tener una relación abierta; su primer viaje al sudeste asiático y el cariño que le tomó a la gente que conoció en Vietnam; y finalmente, su nuevo empleo en una editorial, donde por suerte hay un bonito equipo de trabajo con personas amigables y café recién hecho, siempre listo en la cocina.

Después de cuarenta y cinco minutos y varias revisiones, el correo estaba listo para ser enviado. Adjuntó una foto de Linda acostada entre sus juguetes y decidió echar otra pequeña mirada al texto.

Pero la interrumpió el sonido de una notificación nueva. Era un correo.

Perdoname.

​No debí haberte escrito hoy temprano. Es que vengo pensando mucho en vos y fui impulsivo. Pero no quiero molestarte. Lamentablemente no se pueden eliminar los correos una vez que ya los enviaste, pero lo cierto es que no quiero molestarte, te repito. Todavía salgo con Cintia, tenemos un hijo. Espero que estés muy bien, de verdad lo deseo. Perdoname por hacerte mal.

Natalí releyó y releyó —de nuevo— casi sin parpadear.

Volvió al borrador de su respuesta no enviada y lo cerró. Puso la cabeza entre los brazos, mirando sus piernas. A pesar de que no envió ese mail, tras haber escrito todo ese relato, se sentía como si efectivamente hubiese hablado con él después de nueve años. Aunque él jamás la haya leído y jamás la vaya a leer. Ella sentía que habían conversado, lo sentía en su cuerpo.

De pronto, Linda se metió debajo de la mesa buscando captar la atención de Natalí. Recordó que no había comido nada en las últimas 10 horas, por lo que fue a la cocina a descongelar algo. Esa noche durmió tranquila. Como si un capítulo se hubiese cerrado.

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