Siempre desprecié la frase “existen dos clases de personas en el mundo, aquellas que (…) y las que (…)”. Me parece un concepto débil, demasiado generalizador. Sin embargo, solo por hoy, me daré el lujo de utilizarla con fines narrativos:

Existen dos clases de personas en el mundo. Las que hablan y las que callan. Las primeras disfrutan del ocio, intercambian ideas, e incluso discuten. Las segundas llaman más mi atención. Aquellos que callan esconden algo, o bien, prefieren mantener las aguas calmas.

 

“El ignorante grita, el inteligente opina y el sabio calla.” Refrán

 

Allí sentado en su asiento, aquel sujeto optó por el silencio. Escuchando a cinco personas debatir sobre política, economía y religión. Imaginemos que nuestro personaje se anima a decir negro en donde todos dicen blanco. A continuación, cinco pares de miradas se clavan sobre él.

De ahí en más, varían las posibilidades: lo contradicen sin escuchar su argumento, lo tratan de idiota, lo ignoran, o analizan y toleran el disenso.

 

Desearía que la última abundase más.

 

Adivina cúal dice 'negro'
Adivina cúal dice ‘negro’

 


¿Por qué el disentimiento es tan controvertido?

La conversación ideal está compuesta por personas que opinan MUY diferente. La diversidad nos enriquece. ¿De qué otra forma aprender, si no es escuchando múltiples versiones de una misma realidad?

Entablar relaciones solamente con aquellos cuyas ideas se asemejan a las propias, lleva al hombre a una situación de aislamiento y negación.

En cambio, al descrubrir en alguien una postura diferente a la nuestra, atravesamos un punto de inflexión en nuestra mente. En ese momento nos preguntamos qué tan correcto o equivocado está nuestro interlocutor, y posteriormente, nosotros mismos.

 

No creo que cambiar nuestra opinión en ciertos temas sea una actitud reprochable. Al contrario, es parte de un recorrido personal. Un aprendizaje constante. La discrepancia nos permite estimular una mirada más amplia. Vemos determinada coyuntura con los ojos de otro, entendiéndolo desde su propio lugar y alejándonos del nuestro. No es necesario compartir, pero si respetar al menos en una sociedad civilizada— su perspectiva. Solo así emprendemos una utopía que nos llevará al crecimiento y el progreso.

 

Miren, si no, lo importante que es el convenio en una democracia republicana. Donde la palabra y la predisposición deben tener un lugar esencialmente jerárquico.

Veamos un caso más banal: Twitter. Allí seguimos principalmente aquellos con quienes compartimos la mayor parte de nuestros pensamientos. A veces, sin darnos cuenta, nos encerramos en una burbuja autoconstruida donde solo leemos lo que nos gusta leer.

Otros aprovechan el coraje brindado por el anonimato, que les incentiva a la agresión y el conflicto permanente, totalmente alejado del consenso y la conversación.

 

 

Actualmente en Argentina persiste la idea de «amigo-enemigo», un concepto tan débil y generalizador como la frase apertura de esta nota.

Me gusta soñar que esta mentalidad sociocultural puede modificarse. En el momento en que se erradique la intolerancia como un valor y reivindiquemos el acuerdo.

La vida no es un monólogo ni todo es blanco o negro. Es una conversación empapada en una profunda tonalidad de gris.

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