“¿Quién quiere armar el grupo de Facebook?”, es de las primeras preguntas que escuchamos por parte del profesor en la primera clase del cuatrimestre. Después de unos segundos de silencio, una mano extrovertida aclama “yo”.

¿Qué pasa si no tengo Facebook? Bueno, en ese caso no hay otra opción que adaptarte si no querés quedarte aislado de la clase por fuera del salón. Ya sea uniéndote al resto de los usuarios o consultando sobre las actualizaciones de la cursada al algún compañero qué, con el pasar de las semanas, acabará sin ningún grado de paciencia hacia tus preguntas.

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Hace varios años estoy cursando la carrera de Comunicación Social en mi ciudad. Me preocupa la falta de atención que en la comunidad académica se le da a las implicancias de usar las redes sociales. Y no, no hablo de ser community manager ni de convertirse en influencer. Creo que hay cuestiones mas valiosas a reflexionar más allá del número de seguidores, como nuestra concepción de la privacidad en nuestras comunicaciones. ¿Qué tanto estamos dispuestos a dar por la comodidad de usar un servicio popular?

Nos referimos (y muchas veces identificamos) a los millennials, a los jóvenes empachados de conocimiento tecnológico que pueden dominar internet y la computación. Pero lo cierto es que sólo una minoría aplica a esos ideales de conocimiento. Solo una minoría sabe cómo funciona una computadora, los servidores, una web o el mismísimo internet. Si para Francis Bacon «el conocimiento es poder», estamos debilitándonos bastante.

Mientras más personas conozco, más de ellas aplican a la categoría del simple consumidor de redes sociales, alimentando gigantes al que creen que controlan pero del cual, en realidad, son solo su producto.

Desde que iniciamos sesión en Facebook nos convertimos en nada más que un generador de datos masivos, una ganancia. Y lo mejor para la empresa es que los obtienen gratis. Tras importantes escándalos de filtración de información, fallas de seguridad, uso inadvertido de los datos de los usuarios por partes de empresas que comercian con Facebook (veáse Cambridge Analytica , «Facebook paga a adolescentes para que instalen una VPN que obtiene toda la información de su móvil«, «Facebook expuso las fotos privadas de 6,8 millones de usuarios por un bug«) acá estamos. Usando la red social para compartir nuestros pdf’s.

¿Por qué debería importarnos como comunicadores?

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En la carrera pasamos de hablar en términos de emisor-receptor, condiciones producción y reconocimiento. En estos tiempos modernos quizá dejamos de lado la posible intrusión de un tercero no planeado, no esperado. Un tercero al cual le entregamos en bandeja nuestras conversaciones más privadas, nuestro accionar, nuestros datos (veáse Mark Zuckerberg, CEO de Facebook, incómodo en el congreso estadounidense) para que sean utilizados on fines lucrativos o maliciosos.

Ahora bien, podrías decirme “no me importa que utilicen mis datos, no tengo nada que ocultar”, y estás en todo derecho. Pero, ¿por qué arrastrar a quienes no concuerden con la utilización de un servicio del que reniegan? Ya sea por valores éticos, morales, comerciales… la lista es infinita.

Probablemente el eje atraviesa el hecho de que profesores y alumnos estamos habituados al servicio. Todos sabemos armar un grupo en Facebook y compartir fechas de examen, evaluativos y material de estudio. Somos cómodos, unos animalitos de costumbre.

¿Hay alternativas? Por supuesto. Varias. Algunas que vale la pena considerar como Telegram y Slack. En especial Telegram, que es la versión mejoradísima de Whatsapp —esta última le copia todas las características a aquella, con meses de retraso.

Al igual que con Facebook, tampoco es tan difícil hacer un grupo en Telegram y estar habilitado a enviar cualquier tipo de archivo, sea del tamaño que sea. A diferencia de Whatsapp que te limita a 100 mb. Pero todo depende de la voluntad de innovación de un grupo de estudiantes, de una cátedra, que no se conforme con lo establecido.

Y si no, volvamos al mail.

Notas a un par comunicador:

  • No seamos simples consumidores pasivos.
  • Ser curioso respecto a las políticas de privacidad y la utilización de nuestros datos.
  • Cuestionarse los modelos de negocios y replantear nuevos.

…y también me dirijo a cualquier persona, pero en especial a nosotros, los comunicadores, quienes vemos la comunicación como algo más que la transmisión de un mensaje. Preocupémonos por la calidad de los servicios que utilizamos y seamos responsables.

Informar es una responsabilidad social.


PD: Qué lindo es soñar con la existencia de una cátedra en la universidad que trate la comunicación digital no con un enfoque de marketing, sino de variables de encriptación y privacidad.

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