Cuando nos pensamos a nosotros mismos, dependiendo de nuestra edad, nos imaginamos cómo seremos y lo que vamos a hacer de más adultos. Proyectamos de acá a cinco, diez, quince años, evitando mirar el escenario de la tercera edad. Construimos la idea de la ancianidad alrededor de la incomodidad, repleta de una carga de valoraciones negativas: dependencia, enfermedad, tristeza y soledad. Lo cierto es que existe mucho más detrás de esas cuestiones, solo hay que saber observar.

Existen varias producciones audiovisuales donde sus protagonistas son ancianos, como “Elsa y Fred” (2005) y “Cocoon” (1985) en la ficción, o “La última estación” (2012) en el plano documental. Sin embargo, considero que las historias enfocadas en la tercera edad son mucho menores en cantidad respecto a otras narrativas. Entonces, en un contexto en el que abundan historias de personajes jóvenes, me parece importante darle lugar a otro sector etario de la sociedad: el de la tercera edad.

Tercera edad es un término controversial debido a que no todos los individuos envejecen de la misma manera, teniendo en cuenta los aspectos físicos y cognitivos. Ya que el desarrollo vital es un proceso progresivo y continuo, en ciertos contextos, los límites de cada edad son fijados socialmente. Sin embargo, teniendo en cuenta la edad biológica y los promedios de vida mundiales, se suele considerar el inicio de la tercera edad a los 65 años de edad. Algunos profesionales prefieren referirse a las “personas mayores”, pero en mi caso descarto esta terminología porque la considero imprecisa.

Diferentes estructuras sociales a lo largo del planeta tratan la ancianidad con diferentes valoraciones. En occidente, envejecer se considera indeseable. Predomina el culto a la juventud, lo cual genera importantes conflictos en el orden social, especialmente en una época marcada por el aumento de la expectativa de vida. Mientras que en oriente, culturas como la japonesa, veneran y respetan a quienes alcanzan cierta edad debido a que se les atribuye sabiduría y experiencia. A pesar de las tradiciones, esto no quita que los ancianos atraviesen problemas como la soledad en sus entornos sociales. Es por ello que en China, el gobierno proclamó una ley que obliga a los hijos adultos a visitar a sus padres ancianos. La ley, llamada “Ley de Protección de los Derechos e Intereses del Anciano”, define las responsabilidades de los hijos adultos y su obligación de proveer “las necesidades espirituales de los ancianos” en nueve cláusulas específicas. Los hijos deben ir a casa frecuentemente a ver a sus padres, y deben también enviar saludos y preocuparse por su estado de forma regular. Es más, para asegurar que se cumpla la ley, las compañías deben proporcionar a sus empleados suficiente tiempo libre como para hacer las visitas respectivas.

Según Yuwen Wu, editora de BBC China, la nueva legislatura es un “triste reflejo de una sociedad que no está brindando el cuidado necesario a sus adultos mayores”.

Por otro lado, Japón es el país más envejecido del mundo. Casi el 30% de su población supera los 65 años. En 2019 la prensa contó que aumentaron los delitos cometidos por ancianos a un 25%, a diferencia del 4% de 1990. ¿La razón? Querían ir a la cárcel para sentirse acompañados. La agencia Bloomberg habló con varios ancianos presos y una mujer, de 80 años, contó: “Estaba sola todo el día. La primera vez que robé lo hice en una librería y cuando me llevaron a la comisaría me interrogó un policía muy amable. Escuchó todo lo que tenía que decir. Sentí que estaba siendo escuchada por primera vez en mi vida”. La mujer está en la cárcel y admite: “No me siento sola aquí. Disfruto más de la vida en la cárcel, siempre hay gente alrededor, y no me siento sola aquí. Cuando salí por segunda vez, prometí que no volvería, pero no pude evitar sentir nostalgia”.

Es por eso que, teniendo en cuenta estas historias que narran una realidad de aislamiento que puede verse en muchos países del mundo, considero relevante destacar a dos personas ancianas que atraviesan situaciones complejas, pero que se ven alegrados semanalmente.

Me parece importante que si un problema social nos preocupa, hagamos lo que esté a nuestro alcance para cambiar, aunque sea, la pequeña parte que nos rodea.

 

 

Motivación

La afinidad al tema elegido es probablemente el resultado de no tener el rol de los abuelos presente en mi vida —conclusión a la que llegué recientemente. La única abuela que conocí, la nonna, falleció cuando yo tenía 4 años. Un período demasiado corto como para establecer demasiados recuerdos en la conciencia. Mi madre también tiene un cariño especial a las personas mayores. Es por eso que, durante sus horas libres, trabaja a domicilio con ancianos, enseñándoles ejercicios de rehabilitación muscular y coordinación motriz.

Pero es mucho más que eso.

Los retratados en esta oportunidad son dos personas que no se conocen. Ambos pasaron por la pérdida (física o mental) de sus cónyuges.

Colusso y Rubí no son solo pacientes de Mónica, mi mamá, son dos niños que se divierten y vuelven a reír cada vez que ella los va a visitar. Colusso, por un lado, pasa mucho tiempo solo en su casa desde que su esposa está en un asilo, cuidada por profesionales. Ella tiene Alzheimer y no reconoce a su marido cada vez que él la va a visitar. Esta situación lo entristece mucho y está aprendiendo a vivir con ello, después de años de matrimonio.

Rubí, por otro lado, es asistida por una de sus hijas al momento de trasladarse y tomar sus medicaciones. En 2013 falleció uno de sus hijos.
Últimamente está más callada pero sus comentarios pícaros aún persisten.

Ambos se alegran con la visita de mamá cada semana. Ella disfruta de darles charla, hacerlos reír e incluso ellos mismos bromean con chistes de doble sentido —sí, “la gente grande” también los hace.

El punto es que detrás de cada anciano silencioso con el que podes cruzarte a lo largo de tu vida, hay una mente llena de historias, gustos y percepciones. Creo que muchas veces nos olvidamos de ello y no sabemos valorarlo.

Con un simple gesto de interés –o una sesión de fotos– podemos alegrarles el día.

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